jueves 13 de septiembre de 2007
He aquí un caso de
los que, por así decirlo, levantan ampollas. Pero ampollas como cúpulas de San
Pedro. Precisamente del San Pedro donde estuvieron los padres de Madeleine
pidiendo ayuda a un Papa que parece ser que se ha apresurado a retirar su apoyo
ante el giro que han dado los acontecimientos. Porque, menudo giro, señores. No
me lo puedo creer. Ni los mejores actores del mundo podrían mantener el tipo
como lo están haciendo esos padres. Católicos por más señas. Y sin embargo...
Ya lo dice el refrán:
nunca digas de este agua no beberé ni este cura no es mi padre. Nunca sabe uno
en donde puede acabar metido. Las cosas de la vida pueden venir de tal manera
que le ciegan el entendimiento al más esclarecido. Y de ahí a la monstruosidad
sólo hay dos pasos. Entonces ya, a uno, que es tributario de la cultura
católica, sólo le queda el recurso a sentir piedad por el monstruo. Pero...
¿Acaso no se ha
apresurado todo el mundo -los medios- a convertir en certeza lo que de momento
no es más que la sombra de una sospecha? Sí, sí, léase usted Hamlet y verá lo
que da de sí la sombra de una sospecha. Sobre todo de una sospecha tan atroz.
Algo de tal calibre obliga a decidir. A ser o no ser. A confiar en la justicia
o tomar la justicia por su mano. De hecho, en el fondo de sus almas ya se la
han tomando demasiados, casi todos, y esos padres, pase lo que pase, ya no
podrán levantar cabeza en lo que les quede de vida. Están condenados.
¿Y la policía? ¡Ay la
policía! Hemos visto tantas películas sobre el tema que nada nos puede extrañar
cualesquiera sea el resultado de sus pesquisas. Resuelven graves problemas. Los
crean aún más graves. Y da igual: ni las alabanzas en un caso ni las condenas
en otro, afecta a su naturaleza, siguen ahí impertérritos, como piedra angular del
sistema que son.
En fin, menudo
embrollo. Dios nos libre de estar en el meollo de semejantes pruebas.
viernes 14 de septiembre de 2007
La primera noticia
que tuve de él fue cuando cayó por casualidad en mis manos "La infancia
recuperada". El libro me gustó tanto que, desde entonces, he procurado
seguir la pista a su autor sin que en ningún momento haya decaído un ápice la
simpatia que me inspiró en origen. ¡Qué monstruo de tío! Ni treinta años tiene,
pensé, casi avergonzado de mi cortedad analítica, al ver la cantidad de
sustancia que él había sido capaz de sacar a unas lecturas de las yo apenas
podía decir nada que no fuese lo que me habían gustado. Quizá fue por entonces
cuando decidí que si no empezaba a poner un poco de orden en mis lecturas
continuaría siendo un besugo de por vida. Porque si para avanzar en cualquier
cosa hace falta método, para esto de cultivarse un poco, mucho más. Y me fui a
comprar lo de Homero y un diccionario de mitología clásica.
Como decía, le he
seguido la pista por alguno de sus libros y multitud de artículos. Y siempre me
ha sorprendido por su claridad. La claridad, la cortesía del escritor que decía
creo que Ortega. Qué raro es encontrar escritores que sean claros,
transparentes. Como Voltaire, por poner un ejemplo. Los lees y te esclarecen.
Porque son claros. Luego estás más o menos de acuerdo con lo que exponen, que
eso es otro cantar. Aunque, confieso, con Savater, y con Voltaire también,
estoy de acuerdo en casi todo. Pero... los perinquinosos peros, ya digo, en
casi todo, pero no en todo.
Y como no es éste
momento para ponerse a enumerar disidencias, y sus correspondientes
justificaciones, me centraré en una sola que hace referencia a asunto de
candente actualidad: la de la fundación de un nuevo partido político. Bien,
nada que objetar. Cada cual hace de su capa un sayo. Pero no me convencen
ciertas razones que anda esgrimiendo para lo que en definitiva, a mi parecer,
no es sino simple y llanamente cabezonería, no dar el brazo a torcer. Hombre,
que hay exceso de clericalismo en el PP, quién lo pone en duda. ¿Y en qué
partido no les hay? ¿O me va a decir ahora que sólo son clericales los que van
detrás de señores con sotana? Espere un poco y ya verá como se llena el nuevo
partido de personas con fe. Sí, de esas que decía Onetti que con la ayuda de Dios
no se les encontraba, y, si Dios le fallaba, ya se las ingeniaba él para
esquivarlas. Pues sí, a mi parco entender, los partidos políticos son hoy día
el refugio perfecto para los clericales de toda laya. Así es que, querido
Savater, no me creo que ese sea el motivo que le impide hacer lo que sería más
normal y sencillo en una democracia como la que tenemos, que, salvo en donde
todos sabemos, no está para hacerla ascos. Lo mas normal y sencillo, o sea,
influir para que el poder alterne, cambie de manos, porque, como bien señalaste
en memorable artículo, al saleroso Zapatero ya le han pillado demasiados trenes
y corremos el riesgo de descarrilamiento general. ¿Que Rajoy no es tu tipo?
Bueno, le gusta fumar puros como a ti. Sí, hombre, sin complicarse la vida. Y
dedicándose en cuerpo y alma a hacer eso que tan bien sabe hacer: deleitarnos
con su pensamiento.
sábado 15 de septiembre de 2007
-¿Y quién paga todo
eso?
-La Junta.
-Unas lonchas de
jamón así -señalando con gesto inequívoco toda la extensión de la palma de la
mano- sobre una tajada de melón. Cuatro o cinco porciones de pescado rebozado
con guarnición. Tres o cuatro trozos de carne guisada con patatas -no me
especificó si fritas, cocidas o asadas-. Tarta. Helado. Café. Y chupito a
elegir entre infinidad de variedades. Juegos de cartas de sobremesa. Baile al
atardecer. ¡Ah! Se me olvidaba. Y un paraguas de regalo a cada uno.
-¿Y todo eso, por
qué?
-Porque es la fiesta
del jubilado.
¡Leches!, pensé para
mí, lo que me estoy perdiendo por este maldito orgullo de clase que en mala
hora alguien me inculcó.
Y ayer tocaba
"olla ferroviaria". También cosa de La Junta. Ahí estaban en sus
tenderetes, en medio del pueblo, pasándolo divinamente, engulliendo pitanza
gratuita. Mayormente los jubilados. Lo que más abunda.
-El jueves que viene
tenemos comida de jubilados en Aguilar.
-¿Por qué?
-De fin de fiestas.
¡Ah!, me dije,
lógico, fin de verano, se acabaron las fiestas. La Junta paga un remate digno
para aliviar el mono.
Y digo yo: ¿por qué
caray tardaron tantos siglos en constituirse Las Juntas? Con la de guerras
civiles que podrían haberse evitado en España con unas entidades regionales
dedicadas en cuerpo y alma a organizar "ollas ferroviarias" y eventos
culturales por el estilo. En fin, más vale tarde que nunca. Tenemos diecisiete
Juntas -ojalá tuviésemos cien- y la paz y la alegría señorean estos Reinos.
miércoles 19 de septiembre de 2007
"No, es que yo
no veo la televisión". Todavía hay gente que te dice cosas así y uno, al
escucharles, no sabe qué pensar. Antaño, eso lo decían los progres entre los que
corría el espécimen de que la tele era un instrumento al servicio del poder
para alinear a las masas. Hoy, más bien creo que los que lo dicen te quieren
dar a entender, una de dos, o que tienen una vida tan interesante e intensa que
no les queda tiempo para el ocio pasivo, o así, o que su alto nivel
intelecto-espiritual no les permite soportar la bazofia que vomita el aparato.
Da igual. El caso es que la inmensa mayoría, entre la que, en este concreto
supuesto, felizmente me encuentro, chupa caja tonta por un tubo. Sí, lo
confieso sin rubor, la tele me mola un montón. Me entretiene, me informa,
incluso me ilustra. Todo es cuestión de escoger entre el mogollón de
posibilidades que ofrece. Y ahí reside la madre del cordero, en el cómo
procurarse ese mogollón de posibilidades para escoger sin tener que pagar un
canon mensual por ello.
En esas estamos.
Bien. Tenemos la analógica: una antigualla con fecha de caducidad. La digital
terrestre: lo que da no compensa el gasto y las molestias de colocar una antena
y, en su caso, comprar un descodificador. Siempre, claro está, ya digo, según
mi particular visión de la jugada.
Luego tenemos la
parabólica orientada, en mi caso, al satélite ASTRA. Decodificador de cien
euros mediante, puedes captar cientos de cadenas que emiten en abierto. En
español unas cuantas. Y luego, ya, cuestión de lo que cada cual pueda hacer con
los diferentes idiomas. Las posibilidades son enormes. O, al menos, así me lo
parece a mí.
Ayer noche, por poner
un ejemplo. Encendí el trasto y me fui a ARTE. Había un programa sobre la deuda
pública. Nada de políticos. Todos expertos en economía, tanto de la rama
práctica como de la teórica. Muy amenos todos. Quien todavía no se haya
enterado debería saber que la ciencia económica bien explicada es una de las
cosas mas entretenidas que hay. ¡Nos afecta tanto! Al final del programa una
cosa quedó clara, fuera cual fuese la adscripción ideológica del teórico: lo de
endeudarse sólo es admisible si es para invertir en futuro. No para ganar votos
entreteniendo ocios -aviso para navegantes-. Todo, no es difícil hilarlo, muy
en consonancia con el discurso del nuevo presidente francés. Es decir, la
televisión al servicio del poder, pero más ilustrando que manipulando al
personal.
Con la cabeza
pasablemente esclarecida ya en lo que a la deuda pública hace, me fui a husmear
un poco por ese programa que dirige Sáiz de Buruaga en Telemadrid. Prodigio de
previsibilidad. Se quitaban la palabra unos a otros para decir lo que todos los
espectadores sabíamos que iban a decir. Si alguien hubiese dicho lo contrario a
lo esperado se habría producido un soponcio colectivo de consecuencias
incalculables. Todos honrados y principales. Sobraban alforjas. Aguanté cinco
minutos escasos. En fin.
jueves 20 de septiembre de 2007
Habíamos subido el
último repecho en silencio. Llegados a la encina centenaria nos sentamos un
rato a descansar a su sombra. De pronto se levantó, oteó hacia el noroeste,
señalo con el índice, y dijo sin venir a cuento: "Por allí queda. Entre
aquellas lomas." No le contesté, pero supe que se refería a su pueblo y
que, quizá, estaba deseando contarme algo. Seguimos camino por la cima de la
colina. A derecha e izquierda, robles y encinas, espinos y fresnos, nos
protegían del sol y el viento. Todo parecía invitar a las confidencias.
"No pasábamos hambre, pero aquello no daba para cuatro. Además ya tenía
una hija y a la mujer preñada. Les dije a mis hermanos que se quedasen con las
tierras, que yo me iba a probar suerte. Si no me va bien, vuelvo." Se
quedó callado. Yo también, porque, pensé, qué va a decir un señorito a alguien
que ha dado prueba de tanto valor.
"Mira -dijo al
cabo de un rato señalando el suelo-, aquí ha frenao un jabalí pequeño y se ha
metido por ahí." Y prosiguió con su historia. "Cogí las sesenta
pesetas que había en casa, me eché la maleta al hombro y me fui por la lastra,
bordeando el pantano, hasta Salinas, a coger el tren." "¿Cuántos kilómetros?",
le interrumpí, más que nada para darle a entender que seguía con interés su
odisea. "Quince o así. Si le dices hoy a un chaval que vaya quince
quilómetros andando y con una maleta..."
Se quedó un rato
pensativo. Luego, señalando otra vez el suelo, prosiguió: "Perdices. Son
catorce. Las conté ayer. Les queda poco" "¿Porque ya se abre la
veda?", pregunté. "Sí. Lo que habré cazao yo. Desde los catorce años.
Tuvo que firmar mi tío para que me diese el permiso la Guardia Civil."
Calló un instante, como para coger impulso, y siguió con su monólogo: "Lo
que más he sentido en la vida ha sido perder a los padres tan joven. Qué mal se
lleva eso." "Sí, supongo que sí. ¿Conocías a alguien en
Bilbao?", le dije cortante con la intención de evitar que su discurso
derrapase hacia lo lúgubre. "Un primo que estaba de encargao en el
desguace." Y se quedo callado, paseando, quizá, por el mapa de los
recuerdos lejanos de sabor indefinido. ¡Jo! En aquella época todo el mundo
tenía un primo que era encargado de algo, pensé.
"¿Tardaste mucho
en encontrar trabajo", le pregunté. "Llegué el sábado y empecé a
trabajar el lunes. En el desguace. Pero no en los barcos, en la plataforma. A
mí lo de los barcos nunca me ha gustado." Bueno, me dije, esto de los
barcos y la plataforma me queda un poco turbio, pero es irrelevante para la
historia. Lo que de verdad importa es que, en aquel entonces, la gente no tenía
problemas para encontrar trabajo. "A la semana de estar allí ya me dijo el
encargao -otro encargao- si quería ser sopletero. Le dije que yo nunca había
cogido un soplete. Me dijo que no importaba. El lunes vas con aquel y te enseña.
A partir de aquel lunes empecé a ganar diez pesetas más cada día. Ganaba
treinta y seis y pase a cuarenta y seis. ¡No veas lo que se notaban diez
pesetas más!" "Sí, joder, diez pesetas era mucho dinero
entonces", asentí con brío mientras pensaba que, por aquellos mismos años,
mi padre me enviaba unas cien pesetas diarias a Vallado para que prosiguiese a
trancas y barrancas con mis estudios. En fin.
"Al mes mandé
dinero a casa para que se viniesen mi mujer y la niña. La pequeña ya nació
allí. Al año nos metimos a comprar un piso. Era arriesgao, pero..." Iba
embalado. "Nunca más nos faltó un duro para lo necesario. Siempre encontré
buenos trabajos. Estuve dos años en una contrata de Altos Hornos. Hasta que
entré en la última empresa. Allí ascendí hasta el grado diez. Lo máximo que se
puede sin ser perito. No veas lo que me quería mi jefe..."
Como ya me había
hecho una idea aproximada de lo que daba de sí su biografía, apenas le
escuchaba. Él seguía dale que dale y yo pensaba en lo de la famosa
"memoria histórica". Y el horizonte se iba poniendo cárdeno.
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