martes, 12 de enero de 2016

jueves 13 de septiembre de 2007

He aquí un caso de los que, por así decirlo, levantan ampollas. Pero ampollas como cúpulas de San Pedro. Precisamente del San Pedro donde estuvieron los padres de Madeleine pidiendo ayuda a un Papa que parece ser que se ha apresurado a retirar su apoyo ante el giro que han dado los acontecimientos. Porque, menudo giro, señores. No me lo puedo creer. Ni los mejores actores del mundo podrían mantener el tipo como lo están haciendo esos padres. Católicos por más señas. Y sin embargo...

Ya lo dice el refrán: nunca digas de este agua no beberé ni este cura no es mi padre. Nunca sabe uno en donde puede acabar metido. Las cosas de la vida pueden venir de tal manera que le ciegan el entendimiento al más esclarecido. Y de ahí a la monstruosidad sólo hay dos pasos. Entonces ya, a uno, que es tributario de la cultura católica, sólo le queda el recurso a sentir piedad por el monstruo. Pero...

¿Acaso no se ha apresurado todo el mundo -los medios- a convertir en certeza lo que de momento no es más que la sombra de una sospecha? Sí, sí, léase usted Hamlet y verá lo que da de sí la sombra de una sospecha. Sobre todo de una sospecha tan atroz. Algo de tal calibre obliga a decidir. A ser o no ser. A confiar en la justicia o tomar la justicia por su mano. De hecho, en el fondo de sus almas ya se la han tomando demasiados, casi todos, y esos padres, pase lo que pase, ya no podrán levantar cabeza en lo que les quede de vida. Están condenados.

¿Y la policía? ¡Ay la policía! Hemos visto tantas películas sobre el tema que nada nos puede extrañar cualesquiera sea el resultado de sus pesquisas. Resuelven graves problemas. Los crean aún más graves. Y da igual: ni las alabanzas en un caso ni las condenas en otro, afecta a su naturaleza, siguen ahí impertérritos, como piedra angular del sistema que son.

En fin, menudo embrollo. Dios nos libre de estar en el meollo de semejantes pruebas.

viernes 14 de septiembre de 2007
La primera noticia que tuve de él fue cuando cayó por casualidad en mis manos "La infancia recuperada". El libro me gustó tanto que, desde entonces, he procurado seguir la pista a su autor sin que en ningún momento haya decaído un ápice la simpatia que me inspiró en origen. ¡Qué monstruo de tío! Ni treinta años tiene, pensé, casi avergonzado de mi cortedad analítica, al ver la cantidad de sustancia que él había sido capaz de sacar a unas lecturas de las yo apenas podía decir nada que no fuese lo que me habían gustado. Quizá fue por entonces cuando decidí que si no empezaba a poner un poco de orden en mis lecturas continuaría siendo un besugo de por vida. Porque si para avanzar en cualquier cosa hace falta método, para esto de cultivarse un poco, mucho más. Y me fui a comprar lo de Homero y un diccionario de mitología clásica.

Como decía, le he seguido la pista por alguno de sus libros y multitud de artículos. Y siempre me ha sorprendido por su claridad. La claridad, la cortesía del escritor que decía creo que Ortega. Qué raro es encontrar escritores que sean claros, transparentes. Como Voltaire, por poner un ejemplo. Los lees y te esclarecen. Porque son claros. Luego estás más o menos de acuerdo con lo que exponen, que eso es otro cantar. Aunque, confieso, con Savater, y con Voltaire también, estoy de acuerdo en casi todo. Pero... los perinquinosos peros, ya digo, en casi todo, pero no en todo.

Y como no es éste momento para ponerse a enumerar disidencias, y sus correspondientes justificaciones, me centraré en una sola que hace referencia a asunto de candente actualidad: la de la fundación de un nuevo partido político. Bien, nada que objetar. Cada cual hace de su capa un sayo. Pero no me convencen ciertas razones que anda esgrimiendo para lo que en definitiva, a mi parecer, no es sino simple y llanamente cabezonería, no dar el brazo a torcer. Hombre, que hay exceso de clericalismo en el PP, quién lo pone en duda. ¿Y en qué partido no les hay? ¿O me va a decir ahora que sólo son clericales los que van detrás de señores con sotana? Espere un poco y ya verá como se llena el nuevo partido de personas con fe. Sí, de esas que decía Onetti que con la ayuda de Dios no se les encontraba, y, si Dios le fallaba, ya se las ingeniaba él para esquivarlas. Pues sí, a mi parco entender, los partidos políticos son hoy día el refugio perfecto para los clericales de toda laya. Así es que, querido Savater, no me creo que ese sea el motivo que le impide hacer lo que sería más normal y sencillo en una democracia como la que tenemos, que, salvo en donde todos sabemos, no está para hacerla ascos. Lo mas normal y sencillo, o sea, influir para que el poder alterne, cambie de manos, porque, como bien señalaste en memorable artículo, al saleroso Zapatero ya le han pillado demasiados trenes y corremos el riesgo de descarrilamiento general. ¿Que Rajoy no es tu tipo? Bueno, le gusta fumar puros como a ti. Sí, hombre, sin complicarse la vida. Y dedicándose en cuerpo y alma a hacer eso que tan bien sabe hacer: deleitarnos con su pensamiento.

sábado 15 de septiembre de 2007

-¿Y quién paga todo eso?

-La Junta.

-Unas lonchas de jamón así -señalando con gesto inequívoco toda la extensión de la palma de la mano- sobre una tajada de melón. Cuatro o cinco porciones de pescado rebozado con guarnición. Tres o cuatro trozos de carne guisada con patatas -no me especificó si fritas, cocidas o asadas-. Tarta. Helado. Café. Y chupito a elegir entre infinidad de variedades. Juegos de cartas de sobremesa. Baile al atardecer. ¡Ah! Se me olvidaba. Y un paraguas de regalo a cada uno.

-¿Y todo eso, por qué?

-Porque es la fiesta del jubilado.

¡Leches!, pensé para mí, lo que me estoy perdiendo por este maldito orgullo de clase que en mala hora alguien me inculcó.

Y ayer tocaba "olla ferroviaria". También cosa de La Junta. Ahí estaban en sus tenderetes, en medio del pueblo, pasándolo divinamente, engulliendo pitanza gratuita. Mayormente los jubilados. Lo que más abunda.

-El jueves que viene tenemos comida de jubilados en Aguilar.

-¿Por qué?

-De fin de fiestas.

¡Ah!, me dije, lógico, fin de verano, se acabaron las fiestas. La Junta paga un remate digno para aliviar el mono.

Y digo yo: ¿por qué caray tardaron tantos siglos en constituirse Las Juntas? Con la de guerras civiles que podrían haberse evitado en España con unas entidades regionales dedicadas en cuerpo y alma a organizar "ollas ferroviarias" y eventos culturales por el estilo. En fin, más vale tarde que nunca. Tenemos diecisiete Juntas -ojalá tuviésemos cien- y la paz y la alegría señorean estos Reinos.


miércoles 19 de septiembre de 2007
"No, es que yo no veo la televisión". Todavía hay gente que te dice cosas así y uno, al escucharles, no sabe qué pensar. Antaño, eso lo decían los progres entre los que corría el espécimen de que la tele era un instrumento al servicio del poder para alinear a las masas. Hoy, más bien creo que los que lo dicen te quieren dar a entender, una de dos, o que tienen una vida tan interesante e intensa que no les queda tiempo para el ocio pasivo, o así, o que su alto nivel intelecto-espiritual no les permite soportar la bazofia que vomita el aparato. Da igual. El caso es que la inmensa mayoría, entre la que, en este concreto supuesto, felizmente me encuentro, chupa caja tonta por un tubo. Sí, lo confieso sin rubor, la tele me mola un montón. Me entretiene, me informa, incluso me ilustra. Todo es cuestión de escoger entre el mogollón de posibilidades que ofrece. Y ahí reside la madre del cordero, en el cómo procurarse ese mogollón de posibilidades para escoger sin tener que pagar un canon mensual por ello.

En esas estamos. Bien. Tenemos la analógica: una antigualla con fecha de caducidad. La digital terrestre: lo que da no compensa el gasto y las molestias de colocar una antena y, en su caso, comprar un descodificador. Siempre, claro está, ya digo, según mi particular visión de la jugada.

Luego tenemos la parabólica orientada, en mi caso, al satélite ASTRA. Decodificador de cien euros mediante, puedes captar cientos de cadenas que emiten en abierto. En español unas cuantas. Y luego, ya, cuestión de lo que cada cual pueda hacer con los diferentes idiomas. Las posibilidades son enormes. O, al menos, así me lo parece a mí.

Ayer noche, por poner un ejemplo. Encendí el trasto y me fui a ARTE. Había un programa sobre la deuda pública. Nada de políticos. Todos expertos en economía, tanto de la rama práctica como de la teórica. Muy amenos todos. Quien todavía no se haya enterado debería saber que la ciencia económica bien explicada es una de las cosas mas entretenidas que hay. ¡Nos afecta tanto! Al final del programa una cosa quedó clara, fuera cual fuese la adscripción ideológica del teórico: lo de endeudarse sólo es admisible si es para invertir en futuro. No para ganar votos entreteniendo ocios -aviso para navegantes-. Todo, no es difícil hilarlo, muy en consonancia con el discurso del nuevo presidente francés. Es decir, la televisión al servicio del poder, pero más ilustrando que manipulando al personal.

Con la cabeza pasablemente esclarecida ya en lo que a la deuda pública hace, me fui a husmear un poco por ese programa que dirige Sáiz de Buruaga en Telemadrid. Prodigio de previsibilidad. Se quitaban la palabra unos a otros para decir lo que todos los espectadores sabíamos que iban a decir. Si alguien hubiese dicho lo contrario a lo esperado se habría producido un soponcio colectivo de consecuencias incalculables. Todos honrados y principales. Sobraban alforjas. Aguanté cinco minutos escasos. En fin.


jueves 20 de septiembre de 2007


Habíamos subido el último repecho en silencio. Llegados a la encina centenaria nos sentamos un rato a descansar a su sombra. De pronto se levantó, oteó hacia el noroeste, señalo con el índice, y dijo sin venir a cuento: "Por allí queda. Entre aquellas lomas." No le contesté, pero supe que se refería a su pueblo y que, quizá, estaba deseando contarme algo. Seguimos camino por la cima de la colina. A derecha e izquierda, robles y encinas, espinos y fresnos, nos protegían del sol y el viento. Todo parecía invitar a las confidencias. "No pasábamos hambre, pero aquello no daba para cuatro. Además ya tenía una hija y a la mujer preñada. Les dije a mis hermanos que se quedasen con las tierras, que yo me iba a probar suerte. Si no me va bien, vuelvo." Se quedó callado. Yo también, porque, pensé, qué va a decir un señorito a alguien que ha dado prueba de tanto valor.

"Mira -dijo al cabo de un rato señalando el suelo-, aquí ha frenao un jabalí pequeño y se ha metido por ahí." Y prosiguió con su historia. "Cogí las sesenta pesetas que había en casa, me eché la maleta al hombro y me fui por la lastra, bordeando el pantano, hasta Salinas, a coger el tren." "¿Cuántos kilómetros?", le interrumpí, más que nada para darle a entender que seguía con interés su odisea. "Quince o así. Si le dices hoy a un chaval que vaya quince quilómetros andando y con una maleta..."

Se quedó un rato pensativo. Luego, señalando otra vez el suelo, prosiguió: "Perdices. Son catorce. Las conté ayer. Les queda poco" "¿Porque ya se abre la veda?", pregunté. "Sí. Lo que habré cazao yo. Desde los catorce años. Tuvo que firmar mi tío para que me diese el permiso la Guardia Civil." Calló un instante, como para coger impulso, y siguió con su monólogo: "Lo que más he sentido en la vida ha sido perder a los padres tan joven. Qué mal se lleva eso." "Sí, supongo que sí. ¿Conocías a alguien en Bilbao?", le dije cortante con la intención de evitar que su discurso derrapase hacia lo lúgubre. "Un primo que estaba de encargao en el desguace." Y se quedo callado, paseando, quizá, por el mapa de los recuerdos lejanos de sabor indefinido. ¡Jo! En aquella época todo el mundo tenía un primo que era encargado de algo, pensé.

"¿Tardaste mucho en encontrar trabajo", le pregunté. "Llegué el sábado y empecé a trabajar el lunes. En el desguace. Pero no en los barcos, en la plataforma. A mí lo de los barcos nunca me ha gustado." Bueno, me dije, esto de los barcos y la plataforma me queda un poco turbio, pero es irrelevante para la historia. Lo que de verdad importa es que, en aquel entonces, la gente no tenía problemas para encontrar trabajo. "A la semana de estar allí ya me dijo el encargao -otro encargao- si quería ser sopletero. Le dije que yo nunca había cogido un soplete. Me dijo que no importaba. El lunes vas con aquel y te enseña. A partir de aquel lunes empecé a ganar diez pesetas más cada día. Ganaba treinta y seis y pase a cuarenta y seis. ¡No veas lo que se notaban diez pesetas más!" "Sí, joder, diez pesetas era mucho dinero entonces", asentí con brío mientras pensaba que, por aquellos mismos años, mi padre me enviaba unas cien pesetas diarias a Vallado para que prosiguiese a trancas y barrancas con mis estudios. En fin.

"Al mes mandé dinero a casa para que se viniesen mi mujer y la niña. La pequeña ya nació allí. Al año nos metimos a comprar un piso. Era arriesgao, pero..." Iba embalado. "Nunca más nos faltó un duro para lo necesario. Siempre encontré buenos trabajos. Estuve dos años en una contrata de Altos Hornos. Hasta que entré en la última empresa. Allí ascendí hasta el grado diez. Lo máximo que se puede sin ser perito. No veas lo que me quería mi jefe..."

Como ya me había hecho una idea aproximada de lo que daba de sí su biografía, apenas le escuchaba. Él seguía dale que dale y yo pensaba en lo de la famosa "memoria histórica". Y el horizonte se iba poniendo cárdeno.



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