domingo 23 de septiembre de 2007
¿Informal? ¿Pero qué se ha creído usted que es esto? De entrada, no supe que pensar. Porque una señora tan enseñorada no se pone así por un quítame allá esas pajas. Pero estamos acostumbrados a verla por sus fincas, entre caballos, con pañuelo a la cabeza, campesina total, así que por quitarse un rato la corona para entre mil fotos formalistas hacer una que sea más de la vida cotidiana, tampoco parece tener la menor importancia. Y, sin embargo, después, hilándolo con otros acontecimientos, he caído en la cuenta de que sí, que la señora sabía muy bien lo que se hacía.
Ahí tienen al actual
Papa, Benedicto XVI, creo, que va y dice que el que quiera, cura se entiende,
puede celebrar la misa en latín. Rápidamente han aparecido teólogos y curas
progres en los medios de su cuerda para demonizar la medida porque, según
ellos, aleja aún más a los fieles de la Iglesia. Bien, en cualquier caso, no
creo que el latín les vaya a alejar mucho más de lo que están porque es
prácticamente imposible. Sería mucho mejor, sugiero, que todos esos críticos
propusiesen algo con más enjundia para acercar a los fieles que lo de comulgar
con galletas y cosas por el estilo. Pero ya se sabe, para un progre, siempre
algo cura, si disminuyen las ovejas, nada de ir a por el lobo, no, lo suyo es
sentarse a esperar que el lobo se haga vegetariano. Concluyendo, que ya se
dicen misas en latín porque así lo ha querido el Papa Ratzinger que, según
amigos que tengo en Salamanca, ya saben, La Pequeña Roma, es la mejor cabeza
que ha tenido la Iglesia en varias generaciones. Y parece que tienen éxito.
Por aquello de no ser
prolijo, que equivale a plasta, añadiré sólo otro detalle de similar alcance.
Hace días unos "aberzales navarros" intentaron arrancar de sus
pedestales unas banderas españolas que había en la sala en la que iban a dar
una rueda de prensa. Como no pudieron conseguir su objetivo porque la alcaldesa
del lugar, en previsión de futuros desacatos, había ordenado aherrojar a cal y
canto las citadas banderas, los también citados "aberzales navarros"
optaron por dar la rueda de prensa en los pasillos. Quedó claro que les
importaba un bledo lo que tenían o dejaban de tener que decir al respetable
-nada, por otra parte, que el respetable no esperase o supiese-; lo único
trascendental para ellos era la escenografía, es decir, los símbolos que se ofrecían
al escrutinio de los medios de comunicación de masas.
Y aquí es a donde
quería llegar yo, a los símbolos. O al mundo simbólico por contraposición al
real. Bueno, ni por asomo se me ocurriría ponerme a teorizar sobre tal embrollo
de ideas controvertidas. El que quiera saber de eso se puede ir a esos
franceses que llamaban estructuralistas, simbolistas, o cualquier cosa acabada
en ista. O en ólogo, como fenomenólogo. Ellos saben de eso, al parecer, más que
nadie. De eso y de casi todo. Roland Barthes, Merleau-Ponty, y así, que, al
margen de su dudosa utilidad para esclarecer, son la mar de entretenidos. ¡Qué
pico, señores! En fin, total, para despachar en dos palabras: monarquía,
religión, nacionalismo, tres entelequias que se sustentan en la pureza de los
símbolos que les representan. Vulgariza esos símbolos, relativízalos,
trivialízalos, y en cuatro días la chusma te ha tirao todos los palos del
sombrajo por el suelo. Porque, que nadie se llame a engaño, la chusma sólo
respeta lo que teme. Y teme lo que le impone, lo que no entiende: el fasto, el
misterio, el latín, los tiros en la nuca, y todo eso. Ya digo.
viernes 28 de septiembre de 2007
Uno tiene a veces la
sensación de que, por lo que sea, vive aplastado por los complejos. A los de
inferioridad me refiero. O, lo que es lo mismo, que por tener patológicamente
hipertrofiado el sentido del ridículo se guarda muy mucho de poner por obra lo
que para la mayoría de los mortales no son más que ingenuos pasatiempos o
provechosas actuaciones. Y, si por casualidad, de vez en cuando, se le escapa a
uno la autocensura y se muestra con normalidad ante el respetable, Dios quiera
que ni por asomo lleguen de rebote comentarios al respecto cargados, no ya de
censura, si no simplemente de ironía o sorna ya que, en tal caso, el
sentimiento de humillación y vergüenza es tan desproporcionado que entran
ganas, no digo ya de morirse, pero sí de esconderse de por vida en donde no le
vuelvan a ver a uno el pelo. Ya digo, patología y de las graves.
Pero, si grave es no
alumbrar al santo por falta de velas, no lo es menos quemarle por exceso de
ellas. Esa seguridad en sí mismo, ese saber de todo, ese, en fin, poner, sin
pararse en mientes, las peras al cuarto a cualesquiera que ose, por mínima y
educadamente que sea, llevarle la contraria. Y venga a largar por ese pico de
oro juicios de valor sobre todo lo humano y divino -a veces, por lógica
estadística, incluso parecen acertados-. Y venga a impartir doctrina. Y venga a
comportarse como un atleta moral que salta por encima de las propias
contradicciones como si fuesen pelillos a la mar para hacer en cada momento lo
que más le apetece que, por supuesto, es lo correcto, lo sabio y, cómo no, lo
chic. ¡Cómo les envidio!
¿Envidio? Bueno, sólo
hasta que caigo en la cuenta. Y es que viendo y escuchando a esos tipos es
difícil no acordarse de aquello que dijo en cierta ocasión un tal Montesquieu:
"en todas partes veo hombres que sin cesar hablan de si mismos; son sus
conversaciones un espejo que siempre retrata su impertinente cara; hablan de
las menores cosas que les han sucedido y quieren que la eficacia con que las
pintan les dé valor a los ojos ajenos; todo lo han hecho ellos, todo lo han
visto, todo lo han dicho, y todo lo han pensado; son dechado universal, materia
inagotable de comparaciones y manantial inexhausto de ejemplos. ¡Oh! ¡Qué
insulsa cosa es el elogio que se refleja en el mismo sitio de donde sale!
domingo
30 de septiembre de 2007
No, estén tranquilos
que no voy a tratar de la impotencia que es causa del mayor volumen conocido de
spam en la corta vida de internet. Ya saben, Viagra a perra chica el
tubo, big is better, y cosas por el estilo. Me quiero referir a la que
casi a diario, desde hace años, vemos con indiferencia en nuestras pequeñas
pantallas mientras comemos, cenamos o, simplemente, practicamos la nefasta
costumbre de hacer bolillas con los restos semisecos de nuestras secreciones
nasales. Vemos, digo, a esas turbas palestinas transportando en volandas a sus
muertos a la vez que lanzan gritos desgarradores y pegan tiros al aire. Y como
en toda celebración tiene que haber un fin de fiesta, pues van, agarran la
esfinge de cualquier mandatario americano o israelí y la prenden fuego. Y los
más atrevidos ejecutan danzas rituales alrededor de las llamas.
Y mientras tanto, sus
señoritos, los Arafat de turno, tomando baños de sol y bebiendo gintonics en
los balnearios egipcios del Mar Rojo. O fatigas por el estilo. Y nadie les pide
cuentas porque, claro, entre fabricar el muñeco, luego prenderle fuego y
después bailar alrededor, no queda ya tiempo ni ganas para nada. Y menos
todavía que nada, ganas de hacerse a un lado y abrir los ojos para buscar el
portillo por el que poder escapar. El portillo de caer en la cuenta de cuales
son las verdaderas causas de su miseria. O de sus frustraciones en el caso que
nos ocupa.
Y así pasan los años
y tú desesperando. Pero bueno, como dijo el otro, mientras haya un mechero a
mano.
martes 2 de octubre de 2007
¿Y por qué no? Porque
como dijo una vez un inefable "lekandari", ¿qué hay de malo en ello?
Y es que, ¿acaso no está para comérselo? Desde siempre han disfrutado los
progenitores viendo a sus más pequeños retoños ataviados con el traje típico de
la región. Traje que precisamente es típico por venir usándose desde antiguo,
unas veces como prenda idónea para realizar sin trabas los trabajos que
propiciaron el desarrollo económico de la comunidad, y otras como gala para
fiestas y eventos señalados.
Todos los que
peinamos canas, aquí en España, sabemos de la ingente labor que como
conservadores de esas y otras tradiciones realizaron instituciones como la
Sección Femenina y Educación Sin Descanso. Si no hubiese sido por ellas, a
buena hora podrían ahora tener las Comunidades Autónomas toda esa panoplia de
viejos ritos y costumbres con la que construirse una identidad debidamente
diferenciada de la de sus asquerosos vecinos.
En fin, una vez un
tal Shakespeare puso en boca de uno de sus personajes, Hamlet creo, que,
respecto a eso de las tradiciones, el pensaba que había más honor en
abandonarlas que en conservarlas. Bien, todo el mundo sabe que Shakespeare era
un puto resentido que no sentía el menor, no digo ya amor, sino respeto por el
país en el que nació. Y de su historia, ya, ni digo, puro desprecio: siempre
recreándose en los trapos sucios. Ya saben, los que los bien nacidos lavan en
casa.
miércoles 3 de octubre de 2007
Supongo que el nombre
de Paul Moresby dirá bien poco a la mayoría de la gente. En cierta ocasión
adquirió cierta notoriedad, más bien modesta, porque el pope español de la red
de redes, Don Arcadio, recomendó a los lectores de su blog, entre los que me encuentro,
que echasen una ojeada al de Paul. Paul es australiano y de ahí, deduzco, el
nombre de su blog: Observaciones desde las antípodas ( http://www.paulmoresby.blogspot.com/ ).
Desgraciadamente, por
lo menos para mí, Paul se despidió de sus lectores en junio de este año porque
las circunstancias de su vida le obligaron a regresar a su país. Pero nos dejó
una colección de "entradas" no sólo interesantes -al estilo de Las
cartas Persas de Montesquieu o Las Cartas Marruecas de Cadalso- sino también
llenas del morbo propio de quien tiene el corazón partido por culpa de las
mujeres y no le importa sincerarse. Bueno, si alguien siente curiosidad, ahí
sigue colgado, y congelado, en la red en la dirección arriba señalada.
Les mostraré un
ejemplo de lo que da de sí Paul.
Yo fui un día a la universidad con el diario ABC bajo el
brazo. Al principio noté cómo mis compañeros me miraban de un modo extraño y
sin disimulo, como si trataran de advertirme algo de lo que yo no me había dado
cuenta. ¿Será que me he dejado la bragueta abierta?, llegué a pensar. Me sentí
incómodo. Cuando ya había ocupado mi asiento en el aula, un compañero de
pupitre me dijo, señalando al periódico, con cierta indignación:
-Oye, ¿y tú decías el otro día que no eres conservador?
Parece ser que si uno lee un periódico conservador, tiene que justificarlo. Si lee un periódico de izquierda, no. Y si el periódico es nacionalista, también está a salvo.
La inquisitorial pregunta de mi compañero de aula me ha recordado que al filósofo británico David Hume, que tenía fama de ateo, un día le reprocharon que fuera los domingos a escuchar el sermón del sacerdote John Brown en la iglesia. ¡Pobre David Hume, criticado por todas partes! Lo que el filósofo respondió en aquella ocasión fue algo parecido a esto:
-Yo no creo en todo lo que el ministro afirma, pero Brown sí lo cree. Y al menos una vez a la semana me gusta oír a un hombre que cree, firmemente, todo lo que dice.
Algo así me hubiera gustado contestarle a mi compañero.
-Oye, ¿y tú decías el otro día que no eres conservador?
Parece ser que si uno lee un periódico conservador, tiene que justificarlo. Si lee un periódico de izquierda, no. Y si el periódico es nacionalista, también está a salvo.
La inquisitorial pregunta de mi compañero de aula me ha recordado que al filósofo británico David Hume, que tenía fama de ateo, un día le reprocharon que fuera los domingos a escuchar el sermón del sacerdote John Brown en la iglesia. ¡Pobre David Hume, criticado por todas partes! Lo que el filósofo respondió en aquella ocasión fue algo parecido a esto:
-Yo no creo en todo lo que el ministro afirma, pero Brown sí lo cree. Y al menos una vez a la semana me gusta oír a un hombre que cree, firmemente, todo lo que dice.
Algo así me hubiera gustado contestarle a mi compañero.
****
Enfin, pudiera haber sucedido en cualquier universidad, pero por
si pudiese añadir algo más de sal a la anécdota diré que fue en la Pompeu Fabra
de Barcelona.
viernes 5 de octubre de 2007
"Gente
maja", sí, hombre, ¿no te acuerdas?, se decía de personas que militaban o
estaban próximas al "partido". Si accedías a la categoría de
"gente maja" automáticamente se te asignaba un gabinete de imagen del
que formaban parte todos los miembros del clan. Y de ahí, que sin comerlo ni
beberlo te encontrabas con un aumento de prestigio, no sólo como persona, sino,
lo que era mucho más importante, como profesional. No fueron pocos los que
ascendieron en el escalafón gracias a, o bien a militar, o, lo que podía ser
incluso más rentable, a dejarse querer por los cuadros de militantes
constituidos -células se llamaban-. Y es que, hasta que no has pasado por ello
no sabes lo que es disponer de un gabinete de imagen: continuamente te llegan
noticias de que alguien te ha puesto por las nubes. Y, puestas así las cosas, o
eres un genio o te lo acabas creyendo. Y si te lo crees, lo normal es que
quieras comerte el mundo. El mundo o España, cual fue el caso cuando Felipe
ganó por primera vez las elecciones y la "gente maja" se paso en masa
al Partido Socialista. Lo que los ingleses llaman un landslide y en
Santander y Asturias un argayo. Bueno, en Asturias ahora, argayu. En
fin, total, que fueron a por el copo: no hubo puesto de responsabilidad en el
sector público, por modesto que fuese, que no fuera asignado a un miembro, o
miembra, del clan de la "gente maja".
Claro que no todo
eran parabienes. Podía resultar que después de un periodo de coqueteo con la
"gente maja" , tras caer en la cuenta de que las mafias no te iban,
te empezases a mostrar renuente, esquivo, o actitudes por el estilo. ¡Ay amigo!
Entonces ibas dado. Automáticamente el gabinete de imagen invertía su mensaje,
y lo que antes era cantar tus virtudes se convertía como por ensalmo en
pregonar tus vicios. Reales unos, inventados otros. Y de los más nefandos. No
tardabas en quedar convertido en un trapo. Y eso en el mejor de los casos. En
el peor, te veías forzado a pedir el traslado lo más lejos posible, a donde no
llegasen los tentáculos de la organización. Vana ilusión: estabas marcado y lo
seguirías estando por los restos. ¡Pues menuda es la gente maja! Está por todos
los sitios.
Recuerdo, allá, por
los tiempos de Matusalén, una tarde de domingo jugando a las cartas con los
amigos con la monserga del Carrusel Deportivo como música de fondo. De pronto,
una frase campanuda robó toda mi atención. Era la voz campechana de Matías Prat
Senior: "hace una tarde premonitoria", dijo. ¿Premonitoria de qué?,
pensé inmediatamente. Nunca lo llegué a saber. Para Don Matías la tarde era
premonitoria y punto. Vamos, que nos advertía de que podía pasar cualquier cosa
por medio de un adjetivo pentasílabo al que su canora habilidad convertía en
una casi sinfonía. Lo ideal en definitiva para mecer el adormecimiento de las
soporíferas tardes dominicales.
El caso es que, por
aquel entonces, la palabra premonitoria era de adquisición muy reciente para mí.
Era cosa de la asignatura de Patología General. Toda enfermedad, antes de
mostrar en todo su esplendor el cortejo de síntomas que la identifican, suele
dar unas señales de escasa repercusión sobre el estado general, debido a lo
cual no es infrecuente que pasen desapercibidas. A esas señales se las conoce
con el nombre de síntomas premonitorios. Un médico hábil puede cimentar su
prestigio en el reconocimiento de esos síntomas ya que en ese estado de la
enfermedad es mucho más fácil atacarla con éxito.
Total, que a lo que
iba, que esos síntomas premonitorios sí que les tuve bajo mis narices y fui
incapaz de olfatearlos. Me refiero a los que ya apuntaban hacia la inminencia
de esa pestilente pestilencia, por así decirlo, del nacionalismo vasco. Era en
Vallado, comenzando los sesenta, miles de estudiantes de toda España, entre
ellos multitud de vascos. Era fácil distinguirlos. Propensos al gregarismo,
bebedores, un pelín manirrotos, y, por supuesto, cierto aire de familia
acomodada. No se les podía negar la gracia del señorito. "Mira, ahí viene
un grupo de suecos", decía uno. ¿Suecos en Vallado? Mirabas con interés y
qué es lo que veías: un grupo de aldeanos de escasa estatura con el cuello
torturado por el sol y la gorra calada. Eran inconfundibles; todos sabíamos que
venían a la capital a examinarse para el carné de tractorista. Luego llegaba el
día de Santa Águeda y el gregarismo de los vascos subía unos cuantos puntos. Se
juntaban para ir cantar por las calles, tocados de chapela y palo de avellano,
no sé qué canciones típicas de su tierra. "Tú, como tienes apellidos
vascos, si quieres puedes venir con nosotros", me decían. Pero yo, ya
entonces, padecía esa extraña enfermedad que te impide pertenecer a cualquier
grupo que no le importa aceptar en su seno a gente como yo. No les acompañaba,
claro está. Ahora que el chiste que más gracia les hacia a todos ellos era el
de aquel maketo con cualidades de Estentor -ya saben, aquel personaje de
la Iliada que gritaba como cincuenta-. Fue en el estadio de San Mamés, el que
dicen la catedral del fútbol, que tras un golazo del equipo local, el maqueto
estentóreo transido de entusiasmo patrio lanzó un "GORA EUSKADI HASTA
CALCUTA" que dejó todas las gradas mudas de emoción.
Bueno, no digo que
aquellas gracias y costumbres de aquellos vascos nos dejaran indiferentes al
resto de los estudiantes. Incluso, puede que en ocasiones intuyéramos algo de
lo que se estaba cociendo. En fin, exprimiendo la memoria, me vienen otras
anécdotas que hacen al caso, pero no quiero cansar con lo que ya no sirve para
nada. Porque ya digo, los síntomas premonitorios, o los identificas y atacas a
su debido tiempo o mejor olvidarse de ellos.
miércoles 10 de octubre de 2007
No, no se asusten,
este niño no es un LOGSE´victim. Ni siquiera es español. Y además, para
más complicar el entendimiento de la realidad, es muy probable que sus padres
hayan tenido que estudiar en el colegio una asignatura de similares contenidos
a la de la controvertida Educación para la ciudadanía.
Por lo tanto, eh aquí
una prueba más de que es absurdo entrar en controversias sin sentido. Sí, por
lo menos en España lo mejor, creo, es mantenerse al margen de todo lo que huele
a política partisana. En tales casos, lo suyo es ser monárquico a secas, y allá
cuidados.
¿Qué los padres
quieren educar a los niños para que sean buenos ciudadanos? Vuelvo una vez más
a la sabia pregunta del inefable "lekandari": ¿por qué no? ¿Qué hay
de malo en ello?
¿Qué no quieren que
el Estado se meta en lo que sus hijos deben hacer o pensar? Bueno, sus razones
tendrán. Y sus preferencias. En su derecho están.
De todas formas, una
vez vistos los efectos producidos por aquella encantadora Formación del
Espíritu Nacional, les diría a los padres, tanto los de una como de la otra
preferencia, que tranquilos, que no gasten muchas energías y tiempo en
tal asunto porque está garantizado casi al cien por cien que todo intento de
adoctrinamiento, una de dos, o queda en agua de borrajas, o produce un efecto
inverso al pretendido. Y de ahí tantas de las imbecilidades que nos estamos
viendo obligados a soportar hoy día. Aquellos polvos...
En fin, si por mí
fuese, mandaría al garete todas esas mandangas y pondría a los niños de vez en
cuando algún vídeo por el estilo de éste: ( http://www.youtube.com/watch?v=mgNUMcdGId0 ).
sábado 13 de octubre de 2007
Como
"instalación" o "performance" reconocerán conmigo que no
está nada mal. Borroka, que supongo es la forma vasca de decir barroco, o sea,
esa forma de arte que, según dicen los entendidos en la cosa, a falta de nuevas
ideas, se recrea en colocar jeribeques al siempre austero racionalismo que le
precedió. Jeribeques, o, en vascuence, jeribekes, como los de La sagrada
Familia de Barcelona o el Guggenheim de Bilbao. Por no hablar de La Ciudad de
las Artes de Valencia, así, en plan de "mira papá lo que soy capaz de
hacer". Ya saben, con el codo en la rodilla y el índice en la punta de la
nariz. Monerías. Adornos y más adornos que hacen las delicias de las turbas
aculturizadas que se apuntan con entusiasmo a ver lo que sea gracias al momio
de los vuelos low-cost.
Ya verán, dentro de
nada llegarán miles, millones acaso, de turistas a Bilbao y San Sebastián
-Donosti para los auténticos-, en esos vuelos a pedal para extasiarse ante la
belleza del barroco callejero que practican sus moradores. Coches, contenedores,
cajeros, convertidos en columnas de fuego cual fastuosas guirnaldas colocadas
para la fiesta del fin del mundo.
Sí, sí, hay que
reconocerlo, hace bonito, entretiene y no hacen falta nuevas ideas para
realizarlo. A cualquier calle, avenida o aparcamiento, se le adorna con un
estallido de lo que sea y ya está, jeribeke al canto. Al alcance de cualquiera,
vamos. ¡Qué más se puede pedir! ¿Qué de vez en cuando la palma alguien? Bueno,
hombre, no se ponga usted así. Son los daños colaterales inherentes a cualquier
actividad artística. Un precio que, bien visto y pensado, es ridículo. Porque,
a ver, ¿qué espectáculo, o performance, o instalación, de entre todos esos que
ejecutan los más afamados artistas internacionales, ha tenido tanto público, ha
conseguido dar tanto que hablar, ha hecho correr tanta tinta y cintas de vídeo
como el arte borroka? Y encima nos quejamos.
En fin, menos mal que
tiene pinta de ir para largo. E, incluso, todo apunta a que, si la autoridad
competente no lo impide, las técnicas pirotécnicas podrían mejorar
considerablemente. ¡Pues menudos son los vascos! Y lo larga que la tienen. Ni
siquiera pueden mear desde lo alto del puente colgante porque se les moja el
pito en la ría.
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