domingo
14 de octubre de 2007
La verdad, así, de
entrada, no entiendo el porqué de tanto revuelo. Los de mi edad estamos
cansados de ver por estos lares mujeres con velo en la cabeza. Negro y con la
barbilla aproximándose peligrosamente a la punta de la nariz, Doña Urraca. En
un antaño relativamente cercano, España estaba llena de Doñas Urracas. Si por
un casual madrugabas, las podías ver a manadas, misal y rosario en ristre,
arrastrándose sigilosas hacia el templo más próximo. Podrían llamar la atención
de algún espíritu crítico, pero desde luego que no a causa del velo. El velo
era signo de recato, acaso de viudez y, en la mayoría de los casos, supongo, de
que se vivía en una casa con instalaciones sanitarias deplorables. La cascara
guarda el palo, se decía. Y se podría haber añadido, y el velo el pelo
mugriento.
Luego, allí por los
primeros sesenta, se puso de moda entre las jóvenes un tipo de peinado que daba
mucho volumen a la cabeza. Se llamaba cardado. Como tal artesanía era de escasa
consistencia no era infrecuente que, para protegerlo de súbitas tremolinas, las
mozas se tocasen con un pañuelo anudado bajo la barbilla. Yo tenía pegada con
celo en la pared de mi habitación una foto de Brigitte Bardot ataviada de tal
guisa. Me encantaba.
Y de repente, ahora,
va y se arma tal follón por el asunto del velo. Y tan morrocotudo ha sido, y
sigue siendo, que no ha habido, ni hay, preclara mente en cualquier rincón del
mundo que no haya dicho y siga diciendo su autorizada opinión sobre el asunto.
Unos a favor y otros en contra. Y todos, por lo general, con tan aquilatado
criterio que es difícil no enloquecer si te los tomas en serio. Muchos me han
recordado a Luciano de Samosata cuando se puso como reto describir los encantos
de la mosca cojonera. Por cierto, le quedó fenomenal. Como, por cierto también,
les queda fenomenal el pañuelo a todas esas jóvenes iraníes que se adaptan a su
manera a las leyes de los ayatolas. Seguro que van a dar mucho que hablar
porque están supersexys, se lo juro.
En fin, ya que he
mentado a la mosca cojonera, ¿no creen que hay mucho de ella en la actitud de
las portadoras del velo? Ya que les fastidia tanto a todos esos me lo voy a
poner. Así, en plan de resarcirse de no se sabe qué humillaciones recibidas por
sus antepasados. O cosa por el estilo. Complicado que es el ser humano. Pero
bueno, conviene no echar en saco roto el lado práctico de la cosa: ir con velo
es una forma de dar pistas. Seguro que la policía lo tiene en cuenta.
jueves 18 de octubre de 2007
¿Acaso somos los ciudadanos tontos? Pero de los de baba. ¿O es que lo de ser ciudadanos no es más que una ilusión que nos hacemos los que continuamos siendo siervos de la gleva? Bien, todo puede ser, incluso que la ilusión no sea nuestra, de los ciudadanos digo, sino de quienes, por nuestra comodidad, hemos puesto, bien pagados por cierto, para que administren nuestros bienes. Me refiero a esos putos políticos, jueces, periodistas, y demás mangancia organizada, que todo parece indicar que han dado en creerse que son nuestros señoritos. Se les nota demasiado el conchabeo y la picaresca. Digo digo donde dije Diego y todo eso. Y venga a tenernos entretenidos, y distraídos de lo que importa, con ese continuo acusarse los unos a los otros de malevolencia, choriceo, incompetencia, etc., etc.. Y el caso es que parece ser que es en eso en lo único que atinan, porque, mayormente, y salvo raras excepciones, eso es lo que son, malévolos, chorizos e incompetentes.
Y presumen sin parar
de estar en posesión de la mejor ideología. De derechas, de izquierdas: toda
esa filfa a la ya tenemos de sobra buscadas las vueltas. Derechas: el hombre es
un lobo para el hombre. Izquierdas: to er mundo es güeno. Hobbes y Rouseau.
Experiencia de adulto consolidado con cierto patrimonio y cansado de repartir,
el uno. Ilusión de joven sin recursos y adulto más o menos frustrado que
anhelan el reparto universal, el otro. Nada sentimental. Y menos aún altruista.
Cada cual va a lo que más le favorece. ¡Y viva yo! Hoy de izquierdas, mañana de
derechas. Al revés, creo, más difícil.
Por eso me extraña
tanto que se siga llamando partidos políticos a lo que sólo son empresas de
gestión de recursos ajenos. Cada cuatro años sale a concurso la gestión de los
recursos del Estado. Concursan varias empresas, aunque sólo dos tienen
posibilidades de quedarse con el gran pastel. Un pastel gigantesco, por cierto,
que procura a quien se lo queda beneficios sin cuento. Y a quien lo pierde,
ruina sin paliativos. Es jugar al todo o nada. A muerte que se dice. Y de ahí
lo que padecemos a los empleados -políticos, jueces, periodistas- de esas
empresas que, no lo olvidemos, dependen de nuestro voto cuatrienal.
Pobrecillos, pelotillas y babosos hasta que les toca el gordo. Luego, tres años
de soberbia y vuelta a empezar. Y los que se quedan sin premio, ya se sabe,
tres años anunciando el fin del mundo y el cuarto prometiendo la redención.
Y pensar que la
democracia es sin lugar a dudas la mejor manera de organizar la convivencia...
Desde luego, qué mundo éste. Si por lo menos esas empresas de gestión exigiesen
cierta competencia profesional a sus empleados. Competencia contrastada en
otras empresas, por ejemplo. ¿Sería mucho pedir?
domingo
21 de octubre de 2007
El otro día, como tantos otros, me fui
a dar un paseo por campo. Llevaba ya unos cuantos kilómetros andados y me
encontraba en un paraje muy solitario. Un geólogo hubiese dicho, seguramente,
que estaba en un poljé, es decir, un valle alargado entre mesetas de
paredes empinadas y cimas de piedra caliza de formas muy características, de
esas que llaman cársticas... bueno, perdón por la pedantesca digresión y, sobre
todo, que me perdonen los geólogos. El caso es que cuando más distraído iba en
la pura contemplación de tan sorprendente paisaje vine a escuchar el resonar de
unos ladridos que, en principio, de tan lejanos como eran, no me produjeron el
menor atisbo de
sobresalto. Pero, al poco, volvieron a sonar
dando la inconfundible sensación de que el objeto emisor se estaba aproximando.
Miré en la dirección apropiada y vi, con la consiguiente y comprensible
aprehensión que hace al caso, como tres gigantescos perros se descolgaban a
toda mecha por la empinada ladera apuntando sin lugar a dudas hacia el lugar donde
yo estaba. Al instante me cagué. No literalmente, pero casi. Ni dos minutos
tardaron en recorrer la larga distancia. Y ni un árbol al que subirse ni un
cercado en el que guarecerse. Se pararon a menos de dos metros lanzando unos
ladridos estremecedores y enseñando unos colmillos descomunales. Me quedé como
una estatua que es lo que me han dicho los entendidos que hay que hacer en
semejantes casos. Eso sí, con la boca seca, el corazón batiente y los
esfínteres a punto de ceder. Afortunadamente, las fieras, dos mastines y un
pastor alemán, no tardaron en empezar a recular. Y yo a moverme lentamente en
la dirección contraria. Al poco, todo había pasado sin más consecuencias que
las propias de haber pasado por una mala experiencia. O sea, renuencia en lo sucesivo
a deambular en solitario por tan apartados parajes.
Son los perros del
pastor de "por donde pasa el Pisuerga", me dijo un vecino al que
acababa de contarle mi mal trance de la tarde anterior. Seguro que quiso
entretenerse viendo como te asustabas, añadió. Joder con el pastor de "por
donde pasa el Pisuerga", valiente hijo de la gran chingada, pensé para mí
a la vez que deseaba fuese partido por un mal rayo.
Si he traído a
colación tan anodino percance ha sido, más que nada, porque hoy me han contado
otro lamentable suceso protagonizado por otro vecino de "por donde pasa el
Pisuerga". El tipo, trabajador en una harinera que hay por allí, ha
acudido a la consulta de su médica de cabecera, joven ella, discreta, recatada
y muy bien valorada por el vecindario. Ha llegado de los primeros, pero ha ido
cediendo su vez a los otros pacientes con la finalidad de quedarse el último y,
por tanto, a solas con la doctora. Conseguido su objetivo, ha entrado al
despacho y, sin más preámbulos, se ha abalanzado sobre la infortunada con furia
tan inusitada que en los escasos minutos que han tardado en llegar los primeros
alarmados por los gritos le ha dado tiempo a arrancarle la blusa, el sostén e,
incluso, a rasgarle las bragas. Esto, al menos, es lo que me han contado. Y han
añadido, como para echar más leña al drama: y además está casado y tiene hijos.
Bueno, no he entendido muy bien en que pueden tales circunstancias agravar o
atenuar la categoría de la salvajada. Estar casado no disminuye necesariamente
el apetito carnal. Tener hijos, y sobre todo hijas, bien es sabido que lo puede
aumentar a poco pitecántropo que se sea. En fin, misterios de la neurociencia.
El caso es, y que
esto que quede bien claro, que del resto de los ciudadanos de "por donde
pasa el Pisuerga" nunca oí sino cosas buenas.
sábado 27 de octubre de 2007
Uno, mayormente, vive
tirando a sentado. Luego, al atardecer, como dicen que hacía Kant, se da un
paseo para desentumecer los músculos y despejar en lo posible las neuronas. Y
así, mal que bien, se va tirando. Pero, de pronto, por lo que sea, te da por
querer hacer una pequeña reforma en el habitáculo. Llamas a los albañiles, les
solicitas un presupuesto, te piden la hijuela, y encima ponen pegas. Y te dan
largas. Y entonces vas y piensas: total, para hacer esta bobada me sobro y
basto yo; en un par de días lo dejo listo. Y en ello he andado toda la semana,
con la paleta y la llana y acarreando sacos de mortero. Y por demás agotado
hasta límites peligrosos. De esos en los que de puro cansado que estás ni
puedes conciliar el sueño ni te apetece probar bocado. Y no digo, ya, las ganas
que te quedan de ponerte a escribir genialidades en un blog. Total que,
concluida la ordalía ya, sí, agradezco el resultado, pero la de veces que a lo
largo de la semana habré maldecido la hora en que se me ocurrió meterme en
semejante berenjenal. En fin, digamos que sucumbí al síndrome "Fran de
Copenague" tan típico, por otra parte, de la condición de jubilado que es
que no puede parar hasta que lo tiene todo que mejor es imposible.
El caso es que, ya
digo, estaba tan exhausto que lo único que podía hacer al atardecer era hacer
lo único que no exige esfuerzo alguno, es decir, mirar hacia el televisor. ¿Y
qué es lo que veía? ¡Oh, cielos, novedad de novedades, noticia tras noticia de
Cataluña! Y digo yo: ¿Que sería de este país si no existiesen catalanes? Y
vascos también, por supuesto. No tendríamos de qué hablar. Nuestras vidas
serían, espiritualmente hablando, un erial. Ni incógnitas que despejar, ni
enigmas que resolver, ni imposiciones que resistir. Y también, por qué no
decirlo, ni nucas que proteger. Bueno, hace tres o cuatro años unos moros
descerebrados la armaron tan gorda que llegó a parecer que habían agarrado el
papel de protagonistas de la actualidad para largo. Vana ilusión. A los cuatro
días ya nadie hablaba de ellos y todos venga y dale con la monserga de siempre:
el "conflicto político" de unos, el "déficit fiscal" de los
otros. Y al que no le guste, que se joda.
Y en esas estaba cuando he recordado que un ya lejano día paseando por las calles de Barcelona me topé con un graffiti del que es muestra la foto que encabeza esta entrada. Bien, puede que a muchos no les diga nada, pero a mí desde el primer momento, aparte de parecerme ingenioso, me cayó simpático. Por si alguien lo desconoce, diré que ese burro pintado en la camiseta que lleva el toro es el mundialmente conocido como "burro catalán", todo un hito en la agotadora construcción simbólica que necesariamente ha de preceder al feliz surgir de una nueva nación.
Y en esas estaba cuando he recordado que un ya lejano día paseando por las calles de Barcelona me topé con un graffiti del que es muestra la foto que encabeza esta entrada. Bien, puede que a muchos no les diga nada, pero a mí desde el primer momento, aparte de parecerme ingenioso, me cayó simpático. Por si alguien lo desconoce, diré que ese burro pintado en la camiseta que lleva el toro es el mundialmente conocido como "burro catalán", todo un hito en la agotadora construcción simbólica que necesariamente ha de preceder al feliz surgir de una nueva nación.
Así es que tenemos un
toro, España, que exhibe orgulloso en su pecho un burro, Cataluña. Y un pequeño
detalle que, pienso, es la pimienta del chiste: el toro está fumando un canuto.
El artista debió pensar, supongo, que a palo seco, es difícil concebir tanta
armonía.
Cesar Alonso de los
Ríos: Tedio
Xavier Pericay:
Pesadez.
Pablo Sebastián: Cada
vez más lejos.
Y un largo etcétera
de articulistas y artículos aparecidos en los últimos días en diversos medios
apuntando todos ellos a lo apestoso que se ha puesto el asunto periférico.
Síntomas palpables de un desistimiento cada vez más generalizado: que se vayan
de una puñetera vez y que nos dejen en paz. Como si eso fuese fácil. Sobre el
particular, "Sobre las ruinas del siglo pasado", artículo de Félix de
Azúa en El Periodico del 21 de octubre de 2007.
Y que conste que me
había propuesto no volver a tratar de estos temas, pero es que no le dejan a
uno ni respirar. Es un machaque continuo.
lunes 29 de octubre de 2007
Si, un suponer, estás
en una reunión de amigos y vas y dices, así, como el que no quiere la cosa, que
lo de viajar no te gusta nada, malo. Pero si encima añades que ir de aquí para
allá te parece una soberana chorrada, entonces, ya, ni te digo, todo el espacio
a tu alrededor se llenará de aire para que puedas experimentar la soledad del
apestado. Y es que hay ciertos temas que no admiten cuestionamiento que valga.
Viajar es, por definición, "guay". Luego, existen unos cuantos exquisitos
que gustan de diferenciar el viaje de la horterez esa del turismo. Bien, por mí
pueden seguir entreteniéndose con tan sutiles matizaciones de cariz mayormente
justificatorio que no por ello me van a sacar de mis trece: ir de aquí para
allá no me sirve para alejarme de mi yo más aborrecible si no todo lo
contrario. Y es que sólo estando quieto parado, con mis cachivaches preferidos
a mano, puedo evadirme de la realidad por un rato y, de paso, reencontrarme con
mi yo más soportable que, lo confieso, no es como para echar campanas al vuelo.
En fin, el caso es
que como uno no es el superman de las convicciones y a nada que el viento sople
en la dirección adecuada las ve tambalearse con grave peligro de derrumbe,
pues, por tal, entonces, no es infrecuente que busque a mi alrededor razones
firmes para apuntalarlas. Y en esto de los viajes encontré varias, pero por no
ser exhaustivo sólo me referiré a las dos que me son más queridas.
La primera la
encontré en Morón de la Frontera y se llama Diego del Gastor. A quien no le
haya escuchado, se lo recomiendo. La primera lección que enseña es que para ser
genial no hay que ser necesariamente rápido. Tocando flamenco, quiero decir. La
gente le escuchaba y quedaba prendada. Y entre esa gente, muchos americanos,
por lo de la base aérea que hay allí al lado, que rápidamente reconocieron su
talento y lo difundieron por todo el mundo. Pero a Diego eso de la fama no se
le subía y pasaba de millonarias ofertas para ir de gira por los grandes
templos de la música; el que quisiera escucharle, ya sabía lo que tenía que
hacer, ir a Morón. Porque en Morón paso toda su vida desde que llego allí a los
ocho años. Y allí tuvo alumnos venidos de los cinco continentes. Y allí tomaba
sus finos todos los días en compañía de sus amigos del alma. Y cuando murió de
un soponcio, vivía en una fonda del pueblo y sólo tenía dos trajes, la
guitarra, una enciclopedia de dos tomos, y, cosa curiosa, un libro para
aprender a hacer figuras con la sombra de las manos. O sea que, ya ven, una
vida nada anodina y sin moverse de Morón.
La segunda ristra de
razones la encontré en Lisboa y se llama Fernando Pessoa. Transcribo lo que me
dijo:
"La
idea de viajar me produce náuseas.
Ya
he visto todo lo que nunca había visto.
Ya
he visto todo lo que todavía no he visto.
El
tedio de lo constantemente nuevo, el tedio de descubrir, bajo la falsa
diferencia de las cosas y de las ideas, la perenne identidad de todo, la
semejanza absoluta entre la mezquita, el templo y la iglesia...
¿Viajar?
Para viajar basta existir. Voy de día a día, como de estación a estación, en el
tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles y a las plazas, a los
gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes como, al final, lo
son todos los paisajes.
Si
imagino, veo. ¿Qué más hago si viajo? Sólo la debilidad extrema de la
imaginación justifica que haya que desplazarse para sentir...
Hay
una erudición del conocimiento, que es propiamente lo que se llama erudición, y
hay una erudición del entendimiento, que es lo que se llama cultura. Pero hay
también una erudición de la sensibilidad.
La
erudición de la sensibilidad nada tiene que ver con la experiencia de la vida.
La experiencia de la vida nada enseña, lo mismo que la historia nada informa.
La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y
aumentar el análisis de ese contacto. Así, la sensibilidad se ensancha y
profundiza, porque en nosotros está todo; basta que lo busquemos y lo sepamos
buscar.
¿Qué
es viajar y para qué sirve viajar? Cualquier ocaso es el ocaso; no es menester
ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación de liberación que nace de los
viajes? Puedo sentirla saliendo de Lisboa hacia Benfica, y sentirla más
intensamente que quien va de Lisboa a China, porque si la liberación no está en
mí, no está, para mí, en ninguna parte...
La
renuncia es la liberación. No querer es poder.
¿Que
puede darme china que mi alma no me haya dado ya? Y si mi alma no me lo puede
dar, ¿cómo me lo dará China si es con mi alma como veré la China, si la veo?
Podré ir a buscar riqueza al Oriente, pero no riqueza del alma, porque la
riqueza de mi alma soy yo, y estoy donde estoy, sin oriente o con él.
Comprendo
que viaje quien es incapaz de sentir..."
Concluyendo: como
habrán podido observar, y por aquello de que de todo abunda en esta vida, no
estoy solo en lo del aborrecimiento a mover el culo de aquí para allá. Sobre
todo si a donde vas a ir no te espera nadie... que no sea el conserje de un
hotel.
martes 30 de octubre de 2007
Serían las once o así
cuando ha sonado el timbre. Era el vecino de al lado que venía pedirme si, por
favor, le podía acompañar a su pueblo. Como me ha visto un poco extrañado por
la petición se ha apresurado a explicarme que es que iba a llevar flores al cementerio
y le daba miedo ir solo. La verdad es que no me apetecía nada dejar lo que
estaba haciendo, pero ante tan poderosa y justificada razón le he dicho que sí
y para allá que nos hemos ido. A Micieces, uno de esos pequeños pueblos que
vegetan acurrucados en un extremo de cualquiera de las vegas que hay entre las
suaves colinas que anuncian ya la cercanía de la cordillera Cantábrica.
Si a uno le gusta imaginar, rápidamente reconstruye la historia de lugares como Micieces. Siempre, en lo alto de una colina o peña, dominando el caserío, una iglesia románica. Y el caserío, como ya dije, en una esquina de la vega, justo por donde entra el río, o mejor arroyo, que la riega. El arroyo, como no puede ser de otra manera, llega por un barranco de laderas tendidas que antaño cubrían bosques que fueron progresivamente roturados a medida que la población aumentaba. Hoy, como resultado imprevisible de las sucesivas vicisitudes, alternan el bosque con los quiñones sembrados de cereal. Pues bien, ya tenemos un paisaje, fabulemos entonces una historia. Se apagaron los romanos, vinieron los visigodos; en total cuatro gatos para toda la península lo que hace suponer que lugares como Micieces de clima extremado y alejado de los centros de poder fuese territorio abandonado a las fieras salvajes y, quizá, más que nada por echarle un poco de poesía a la cosa, a algún que otro Jeremías Jhonson o Dersu Urzala. Después, ya es sabido, Don Rodrigo se encoñó de La Cava cuyo padre, el Conde don Julián, se lo tomó a mal y se vengó dejando pasar por el estrecho a todas las pateras que les dio la gana pasar. Y la Península se llenó entonces de moros. Bueno, llena no, que era muy grande y los moros, que no eran tontos, se asentaron en los valles más fértiles: los del Ebro, Guadalquivir, Tajo, Guadiana y así. Por lugares como donde después surgió Micieces es de suponer que sólo durante el verano se llegasen unos cuantos, en plan mesnada, de excursión, ya con afán exploratorio, ya a ver qué se podía pillar. Y así un par de siglos poco más o menos. Después, rondando el primer milenio o un poco antes, parece ser que por la cornisa cantábrica se produjo una cierta explosión demográfica que obligó a los segundones a cruzar la montaña en busca de mejor vida. Se instalaron, cual los colonos de una peli del oeste, en los valles más cerrados de la falda sur de la cordillera. Eran territorios de fácil defensa en el caso de las más que probables razias veraniegas. Los malvados moros Muza hacían el papel de los indios Gerónimo. Y no había séptimo de caballería que viniese a echar una mano. Los mismos que cultivaban los valles y pastoreaban por los montes eran los que agarraban la espada y lanza para defender sus cosechas y propiedades. Y así se tiraron siglos, ganando poco a poco territorio que cada vez era más abierto y llano y, por tanto, de más difícil defensa. Por eso lo llenaron todo de castillos. Allí donde había un otero, plantificaban uno. Si había moros en lontananza, todos dentro y a lanzar piedras si era necesario. Que solía serlo.
Total, que entre unas
cosas y otras los pueblos como Micieces ya quedaban muy al norte de los líos de
la reconquista y se iban apañando bastante bien. El primogénito heredaba las
tierras, el segundo a guerrear, el tercero a salvar almas. Y aunque se
suplicaba al cielo para que enviase el agua a su debido tiempo no era tan
urgente como en la llanura; allí el arroyo regaba la vega y nunca faltaba el
alimento fresco. Quizá por eso se libraron de algunas pestes. Al menos eso es
lo que sugiere el nombre que tenía el pueblo allá por el siglo XV: Nonpestes.
Bueno, voy a parar
porque intuyo que me he puesto muy pesado. Nada más añadir que allí, en
Micieces, primero fuimos al cementerio a dejar las flores. Me hizo gracia la
tumba -foto- tan modesta entre el despliegue de mármoles superferolíticos
-también en esto de la muerte se compite a ver quien la tiene más larga-. Luego
dimos una vuelta por el pueblo y alrededores. Me pareció digno de resalte ese
colmenar -foto- tan primitivo como funcional. Y esa fuente -foto- en mitad de
una calle cualquiera que el alcalde va a sustituir por una de piedra labrada:
no sabe lo que hace. Y todos esos bajorrelieves -foto- o lo que sean que el
Señor Herminio ha gustado labrar y luego colocar en la fachada de su casa.
Antes de largarnos pasamos por el único bar, pedimos un blanco y nos sirvieron
mistela. Y qué ibas a decir si el camarero tenía como noventa años. Y encima
mal llevados.
En resumidas cuentas,
me alegré de haber ido a Micieces. Visité un lugar notable y di respaldo a un
colega. Colega que, por cierto, me suele regalar exquisiteces de las que
cultiva en el huerto que tiene justo a la entrada del susodicho Micieces.
sábado 3 de noviembre de 2007
Necesitaba poner una
puerta para aislar del garaje la pequeña bodega, o despensa, o trastero, o lo
que sea, que es el hueco que queda debajo de la escalera. Bueno, sería una
larga y tediosa historia contar el porqué de esa necesidad en una casa recién estrenada.
El caso es que, en un principio, pensé comprar madera y fabricar la puerta,
pero el vecino me convenció de lo innecesario del esfuerzo y me dio la
dirección de un carpintero del pueblo de aquí al lado. Agarré la bicicleta, fui
allí, le di las medidas, le dije cómo la quería y me pidió treinta y cinco
euros por la comanda. Vale, le dije. Al cabo de una semana me llamó para
decirme que ya la tenía. Llegué y la carpintería estaba cerrada. Aparcada junto
a la puerta había una camioneta que en su frontal y laterales tenía la
siguiente leyenda. "Dios". Y Al lado, en letras más pequeñas,
"Muebles a medida. Armarios empotrados". ¡Leches -pensé nada más
verlo- aquí tenemos al famoso autor intelectual de la masacre! Se disfraza de
carpintero como su padre putativo en la tierra, pero es inútil que lo intente.
La camioneta le delata: fue Él.
Y es que por fin
llegó el día de la tan, por lo visto, esperada sentencia de la masacre conocida
como del 11-M. Esperada, es de suponer, por los familiares de las víctimas y no
por causa de esa cosa tan abstracta como el "consuelo de sentir que se ha
hecho justicia", no, miré usted, no me venga con correcciones políticas.
Esa gente espera, de esperar algo, el pobre resarcimiento que les proporcionará
unas indemnizaciones de un monto más que considerable en relación a las magras
economías de la mayoría sino de todos ellos. Así es la vida de dura y
paradójica, la terrible desgracia padecida será la les saque, como vulgarmente
se dice, la tripa de mal año.
También los periodistas
supongo que la estarían esperando, porque un acontecimiento tal les da pienso
informativo para unos cuantos días. Unos cuantos días menos que cuando, por
ejemplo, se muere un Papa, pero pienso al fin y al cabo que les exime de la
obligación de tener que ponerse a pensar con qué temas rellenan tanto espacio y
tiempo en los diferentes medios. Bueno, y luego están los políticos que siempre
merodean la carroña en busca de algún suculento bocado. Los putos políticos.
Rubalcaba recalcando como un aprendiz de catequista: "Señor Rajoy, diga
con migo: ETA no ha sido". Rajoy insistiendo en que apoyarán cualquier
iniciativa que prolongue la movida hasta que se descubra a los autores
intelectuales de la animalada. ¡Qué tiparracos! ¡Qué poco respeto tienen a los
que les pagamos! ¿Por qué no lo dejarán ya? Ya digo, porque son carroñeros. Y
presumo que también muy poco espabilados.
Poco espabilados por
no caer en la cuenta de que para la inmensa mayoría del personal el asunto 11-M
ya hace mucho que está amortizado. ETA, Irak, Alkaeda, se la trae al pairo. Son
cosas con las que hay convivir porque están ahí. Una desgracia, sí, pero,
mientras la bomba no me caiga encima, mucho menor que la que me supone no tener
pasta para llegar a fin de mes. Por la hipoteca y todo eso. Y respecto a esa
entelequia que dicen "el o los autores intelectuales", es que es como
para partirse de risa. Hasta los niños lo saben: ha sido "Dios". Sí,
hombre, sí, Eta, Alkaeda y demás agencias de la divinidad, nunca harían lo que
hacen si no se lo mandara Dios. ¿Cómo se iban a atrever si no fuese así? Nada
grande se hace sin su consentimiento. Ni para mal ni para bien. Si no me creen,
díganme entonces: ¿Quien inspiró y alentó a la Madre Teresa de Calcuta? ¿Acaso
no fue Dios? Sí, convénzanse, mientras sigamos teniendo Dios, seguiremos viendo
a gente que hace cosas extraordinarias en su nombre. Incluidos, que a nadie se
le olvide, magníficos muebles a medida, armarios empotrados. ¡Ah!, por cierto:
la puerta de la bodega quedó "de bute", o sea, perfecta.
lunes 5 de noviembre de 2007
Preguntó de dónde era
el árbitro. Alguien entre la concurrencia dijo: catalán. Y entonces fue él y
remachó: no me diga más; con eso ya está todo dicho.
Dos frases breves y
concisas para resumir, mejor imposible, un sentimiento bastante generalizado. Y
que nadie se haga el sorprendido porque hasta los más tontos saben que ha sido
labrado golpe a golpe con tesón de paranoico obsesivo por un buen puñado de significados
ciudadanos del famoso principado. Por eso, por de sobra sabido, es por lo que
las ofensivas -la verdad siempre se dijo que ofende- declaraciones a penas, que
yo sepa, han producido reacción incluso entre los señalados con el dedo. Sólo
he visto, al respecto, un par de artículos en La Vanguardia escritos por dos de
los más prestigiosos columnistas de la provincia catalana. Venían a decir, más
o menos, que el entrenador del Real Madrid se ha pasado mucho, y que, además,
siendo alemán, y precisamente por ello, debiera tener muchísimo cuidado para
que no se le escape la querencia connatural a los de su etnia hacia los
sentimientos xenófobos. Vamos que la ecuación quedaba resuelta: para pedirle
que no sea xenófobo le llamaban nazi por haber nacido alemán. Y es que los
señoritos de Cataluña de xenofobia y nazismo saben una barbaridad. Y si alguno
no quiere dar crédito a mis apreciaciones le recomiendo que observe con
atención el ocurrentísimo gráfico que encabeza esta entrada. Hubo una temporada
que estaba pegado por doquier, semáforos, farolas, vallas, paredes, en
Barcelona. Alguien debió correr con el gasto.
jueves 8 de noviembre de 2007
“... a escuras llega, y aún a ciegas, quien comiença a vivir, sin advertir que vive y sin saber qué es vivir. Críase el niño, y tan rapaz, que cuando llora, con cualquier niñería le acalla y con cualquier juguete le contenta. Parece que le introduce en un reino de felicidades y no es sino cautiverio de desdichas; que cuando llega a abrir los ojos, dando en la cuenta de su engaño, hállase empeñado sin remedio, véese metido en el lodo de que fue formado: y ya;¿qué puede hacer sino pisarlo, procurando salir de él como mejor pudiere?...
... no envidies -dixo Critilo- lo que no conoces, ni lo llames felicidad hasta que no veas en qué para... Créeme que ni el alabar ni el vituperar ha de ser hasta el fin...
... aquella primera tirana es nuestra mala inclinación, la propensión al mal. Esta es la que luego se apodera de un niño, previene a la razón y se adelanta, reina y triunfa en la niñez tanto, que los propios padres con el amor intenso que tienen a sus hijuelos condescienden con ellos; y porque no llore el rapaz, le conceden cuanto quiere, dexándole hacer su voluntad en todo y salir con la suya siempre: y así, se cría vicioso, colérico, vengativo, glotón, terco, mentiroso, desenvuelto, llorón, lleno de amor propio y de ignorancia... de modo que cuando llega la razón, madre del desengaño, con las virtudes sus compañeras, ya los halla depravados, entregados a los vicios, y muchos de ellos sin remedio... y los más, los hijos de los ricos...”
Cualquiera
medianamente ilustrado se habrá percatado ya de que tan clarividentes
razonamientos están sacados de “El Criticón” de Baltasar Gracián, pero, bueno,
para el caso da igual que sean de éste o de aquel, que lo que cuenta es la
pertinencia de lo apuntado sobre lo mal que ciertos padres hacen la parte que
les corresponde en la pesada tarea que es educar a un niño. Y, dicho lo dicho,
y prometiendo que en adelante usaré con la mayor moderación de la que sea capaz
mi insufrible erudición, paso a decir tres o cuatro cosas de cosecha propia
para, más que nada, echar un poco más de leña al fuego de la confusión. Lo
primero que quiero dejar bien sentado es que no creo que haya, ni haya habido
nunca, mucho nuevo bajo el cielo en lo que a técnicas educativas se refiere. Si
partimos de la base de que educar es, principalmente, someter a la “primera
tirana, nuestra mala inclinación” poco se puede hacer que no sea atar en corto
y no ceder. Al respecto diré que hace poco vi un debate en la “Cinquième” en la
que todos los sesudos participantes, ¡nada menos que franceses!, estaban al
cien por cien de acuerdo en que lo de leer cuentos a los niños para que se
duerman es una costumbre de pésimas consecuencias en lo que a la formación del
carácter hace; afirmaban que había que meter al niño en la cama, darle un beso,
apagar la luz y dejarle sólo, y, si se ponía a llorar, ni caso, que así,
poniéndose en lo peor, la molestia sería cosa de dos o tres días, una semana a
lo sumo; de lo contrario, se correría el riesgo de convertirle de por vida en
un blandengue de los que se saben de memoria el camino hacia la cama de sus
padres. ¡Con lo insano que es eso! En fin, que lo de la mano de hierro, se diga
lo se diga, por quien quiera que sea, es insustituible, aunque, también hay que
señalar que, la inteligencia aconseja poner en esa mano un guante de seda, de
la más fina posible. Y, también, después de cada nueva voltereta aprendida por
el rapaz, por nada del mundo olvidarse de suministrarle el azucarillo de
recompensa.
Otro asunto que me parece de especial relevancia, sobre todo por el olvido en el que ha caído en estos tiempos que corren, es el relativo al aprendizaje del precio que tiene la satisfacción de los deseos. Si, como con tanta frecuencia pasa, los padres, por no se sabe que extraña perversidad moral, se adelantan a satisfacer los deseos de sus hijos, incluso antes de que estos los hayan manifestado, pues, entonces, la cosa se pone chunga: los chavales pasan de inmediato a creerse los reyes del mambo y a pensar que todo cae del cielo, y, así, la forja de la voluntad desaparece del mapa y, por así decirlo, ya hemos fabricado a un nuevo discapacitado de muy difícil inserción. O sea, que, paradojas de la vida, hacer regalos porque sí a los hijos, es el peor regalo que se les puede hacer. Y el mejor, pues eso, no darles algo caprichoso a cambio de nada.
Lo demás, muy sencillo: cuanto antes, si se puede, a la guardería; mejor al mes que a los tres meses. No por nada, si no porque se supone que allí se inmunizan no sólo contra muchos gérmenes sino, también, contra el síndrome del niño dios. Además, así, los padres andarán más desahogados, lo cual, ya saben, mejores vibraciones y tal, es un decir.
¡Ah! Se me olvidaba:
el resultado final, se haga lo que se haga, Dios dirá, o sea, completamente
imprevisible.
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